miércoles, octubre 05, 2005

-Te llamas Luciano.
¿Luciano? Yo no me llamo nada. Bastante esfuerzo me cuesta ser o soñar esto para encima llamarme. Ni Luciano ni otra cosa, yo no me llamo nada. Debería haber dicho "te llamo Luciano". Que me llame como quiera.
-Luciano Dosdías.
¿Dosdías? Si ni siquiera sé lo que dura un minuto. Qué soberbia pretender medir el tiempo, cada segundo es diferente. Las horas se me pierden o se me alargan hasta el año: no existen. Él cree que las lleva sujetas en la muñeca haciendo tic-tac. Pobre iluso, piensa "son las ocho, yo soy el profesor Onliyu y éste es Luciano Dosdías" pero no sabe más que yo, sólo ha puesto nombre a las sombras para olvidar que son sombras, para huir de ellas.
Coge la hoja escrita que está sobre la mesa, la lee detenidamente, mirándome por encima de las gafas entre párrafo y párrafo. Cuando termina se guarda la hoja en un bolsillo de su bata blanca y da un paseo por la habitación, pensando como llamará a la nueva sombra que ha aparecido en su mente. Se para: ha debido encontrar la solución.
-Entonces, ¿no recuerdas nada?
Tú tampoco recuerdas, imaginas que una historia es tuya. Mañana imaginarás una historia diferente pero estarás convencido de que es la misma. Yo tengo alma de cántaro, de cántaro vacío. Quizás alguna vez estuvo lleno, pero cualquier cosa que lo llenara o lo vuelva a llenar no era ni será mi cántaro. No tengo ningún interés en ella. No tengo ningún interés en recordar.
-Escribes pero no hablas.
Evidente: mi mano escribe y mi lengua no habla. Preguntales a ellas. A lo mejor obedecen a las sombras, o tienen su propio cerebro diminuto.
Compartimos un silencio, los dos miramos mi interior. Él no ve nada.
Y yo tampoco.
Cuando se larga, el extraño animal que es mi mano se lanza furioso sobre el lápiz y el papel.

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