martes, noviembre 25, 2008

Mantener la mente abierta es una virtud... pero, como dijo una vez el ingeniero espacial James Oberg, no tan abierta como para permitir que a uno se le caiga el cerebro. Desde luego, debemos estar dispuestos a cambiar de idea cuando nuevas pruebas lo exijan. Pero la prueba tiene que ser convincente. No todas las declaraciones tienen el mismo mérito. El nivel de las pruebas en la mayoría de los casos de abducción por extraterrestres es aproxinadamente el que se encuentra en los casos de la aparición de la Virgen María en la España medieval.

CARL SAGAN, El mundo y sus demonios

lunes, diciembre 31, 2007


tan frío como el hielo
allí donde vayas
¿no olvidas algo?
crece en la espesura
rodeado de delfines
me escuece la boca
no hables con inmigrantes
casi las dos
el espacio entre dos mundos
el paraiso escondido
los pétalos de la rosa
el vientre de los ángeles
todo es un cerebro
calcio para los huesos
carne, sudor, lágrimas, saliva
un número indeterminado de granos
al amanecer, con los pies desnudos
montañas de nieve roja
horizontes imprevistos
gallinas de pico rojo y cresta verde
gracias a dios
angustia dentro del pozo
un poco más adelante
un mirlo con muletas
la tensión arterial
oculta tus razones hasta la madrugada
no se puede empezar
castillos incostitucionales para todos
Olga la de los verdes ojos
otro tiempo, otro lugar

viernes, septiembre 29, 2006

Con los ojos cerrados las cosas se ven de otra manera.
Sólo hay dos alternativas: ser un monstruo o ser imbécil.

miércoles, septiembre 20, 2006

Tengo que irme. Este sitio ya no es seguro. Onliyu es lo de menos, quizás ni exista. Lo peor son los papeles, los he tirado cada día durante meses por la ventana o al vater, escritos o en blanco, inutiles siempre. Pero todas las mañanas aparecen de nuevo sobre la mesa, buscándome, incitándome a la existencia con su desnudez. Lucho con mi mano para evitar que coja el lápiz. Esta tarde ha vencido ella, está escribiendo mientras yo me debato en un vano esfuerzo por contenerla. Pensé cortarla, me mordí la muñeca como un canibal onanista, pero sólo conseguí perder dos dientes. Dosdientes... Dosdías...

sábado, octubre 22, 2005

miércoles, octubre 05, 2005

-Te llamas Luciano.
¿Luciano? Yo no me llamo nada. Bastante esfuerzo me cuesta ser o soñar esto para encima llamarme. Ni Luciano ni otra cosa, yo no me llamo nada. Debería haber dicho "te llamo Luciano". Que me llame como quiera.
-Luciano Dosdías.
¿Dosdías? Si ni siquiera sé lo que dura un minuto. Qué soberbia pretender medir el tiempo, cada segundo es diferente. Las horas se me pierden o se me alargan hasta el año: no existen. Él cree que las lleva sujetas en la muñeca haciendo tic-tac. Pobre iluso, piensa "son las ocho, yo soy el profesor Onliyu y éste es Luciano Dosdías" pero no sabe más que yo, sólo ha puesto nombre a las sombras para olvidar que son sombras, para huir de ellas.
Coge la hoja escrita que está sobre la mesa, la lee detenidamente, mirándome por encima de las gafas entre párrafo y párrafo. Cuando termina se guarda la hoja en un bolsillo de su bata blanca y da un paseo por la habitación, pensando como llamará a la nueva sombra que ha aparecido en su mente. Se para: ha debido encontrar la solución.
-Entonces, ¿no recuerdas nada?
Tú tampoco recuerdas, imaginas que una historia es tuya. Mañana imaginarás una historia diferente pero estarás convencido de que es la misma. Yo tengo alma de cántaro, de cántaro vacío. Quizás alguna vez estuvo lleno, pero cualquier cosa que lo llenara o lo vuelva a llenar no era ni será mi cántaro. No tengo ningún interés en ella. No tengo ningún interés en recordar.
-Escribes pero no hablas.
Evidente: mi mano escribe y mi lengua no habla. Preguntales a ellas. A lo mejor obedecen a las sombras, o tienen su propio cerebro diminuto.
Compartimos un silencio, los dos miramos mi interior. Él no ve nada.
Y yo tampoco.
Cuando se larga, el extraño animal que es mi mano se lanza furioso sobre el lápiz y el papel.

lunes, septiembre 12, 2005


Abro los ojos. ¿Por primera vez? Estoy en una habitación toda blanca. De un blanco sucio de tiempo, con señales de viejas goteras en el techo. La luz entra a raudales por la ventana enrejada a mi derecha. Frente a mí la puerta cerrada, también blanca, también sucia. No se oye ningún ruido.
Así permanece todo durante un tiempo indeterminado. Siglos. O un segundo.
Por fin, o por principio, me llega el sonido de unos pasos al otro lado de la puerta. Existe alguien más, no soy el único, no estoy solo. La puerta se abre y aparece una mujer pequeña, vestida con hábito, la cabeza cubierta con una toca; trae una bandeja con un trozo de pan oscuro, un plato que desprende vaho y un vaso grande de agua. Lo deja en la mesa y se sienta en la cama, a mi lado, muy cerca de mí. Me entra por la nariz un aroma rancio de naftalina. Se me queda mirando fijamente, sin parpadear, sonriendo leve, irónica. ¿Qué ve? ¿qué soy? Levanto mi mano derecha para ver, al menos, un trozo de mí mismo. Parezco humano. Ella habla:
-¿No quieres preguntarme nada?
No contesto. No sé si puedo hablar. No sé si sé hablar.
-¿Necesitas algo?
La nada no necesita nada. El vacío no quiere ser otra cosa.
Se levanta sin cambiar la expresión de su rostro, de los misteriosos pliegues de su hábito saca unas hojas de papel y un lápiz. Lo deja en la mesa, junto a la bandeja. Dice:
-El profesor Onliyu pasará esta tarde.
Y sale cerrando la puerta tras ella.
Me levanto de la cama, me acerco a la mesa. La extraña mano que descubrí hace un minuto coge el lápiz y escribe estas líneas en una de las hojas de papel.